Época: Edad Media.
Estamento social: burguesía
Descripción: Emily es una joven burguesa con pensamientos emprendedores. Es alta y delgada, pero sin llegar a ser desgarbada. Su pelo es del color de la miel, y sus ojos tiñen el color del mar. Constituye a una dama de unos 20 años de edad, es soñadora y atolondrada, los pueblerinos la califican como "muy sonriente" y demasiado "buena". Su familia la trata con odio, siempre la obligan a realizar trabajos que no le corresponde debido a su posición social pero, aún así, los lleva a cabo sin protestar. Suele llorar con facilidad y tiene un corazón tan grande como el cielo.
***
Emily fue a realizar un trabajo que su padre había mandado. Al caer el atardecer ya había terminado y, como todos los días, compró el pan para que sus hermanos pequeños pudiesen cenar con miel y leche.
Siempre solía hacer su trabajo con mucha meticulosidad debido a que, si era erróneo, podría ser duramente castigada.
Su vestido se movía por la fuerte corriente que la ciudad arrastraba al igual que las enfermedades propias de la época... Su prenda era elegante pero no llamativa, un simple vestido de satén azul apagado con pequeños bordados hechos a mano por la zona de la barriga y el pecho.
Su pelo era largo, muy largo. Cualquiera tenía fantasías con tocar ese cabello y desnudar a la joven para depositar con suavidad su cabello sobre el pecho y taparlo con afecto.
Tarareaba una nana, una nana que su abuela, en paz descanse y a voluntad de Dios, siempre cantaba alegremente.
Fue entonces cuando vio a un niño de unos 4 años cubriéndose con las manos para amainar el frío que le consumía.
A Emily se le partió el corazón y corriendo fue en su ayuda. El niño le miró con esos ojos negros llenos de miedo, estaba sucio y tenía sangre en la mejilla derecha. Ella le acarició la cabeza y con su pañuelo le limpió la sangre que brotaba, además, se quitó una tela que cubría sus hombros para calentar al muchacho.
Le sonrió pero a la vez soltó una lágrima y, el niño, con su dedo pulgar se la secó.
-No haz de llorar.
La dama se sorprendió y, como si se diese cuenta de algo muy importante, sacó el pan, la leche y la miel que había comprado. Ni se lo pensó, y con mucha ternura se lo entregó. El niño no negó el aceptarlo ya que estaba hambriento.
Cuando terminó se echó a llorar y dijo:
-¡Sabe a Gloria! -ella lo atrajo a su pecho-
"¡Matt! ¡¿Dónde estás Matt?! ¡Ven aquí ahora mismo!"
Y Matt, tal como se llamaba, se fue corriendo pero, tras dar unos pasos le dijo a Emily:
-Gracias, que Dios te bendiga.
Los días siguientes transcurrieron igual, con cierto aire de monotonía, pero no volvió a ver a Matt.
Un día fue a recoger fresas y, cuando se dirigía a su casa, vio en una fosa el cadáver muerto de aquel niño. Se le calló la cesta con la fruta y corrió, corrió muy lejos.
A la noche llegó a su casa, era muy tarde y su padre, como consecuencia de ello, le dio una paliza.
Caminió hasta su cuarto destrozada, pero no por los golpes, sino por el niño.
Se echó en su lecho a llorar.
"No haz de llorar", las palabras de Matt se repetían sin cesar.
-Lo siento -dijo entre sollozos- pero me es imposible...
Desde ese día, le dan escalofríos cuando come pan, leche y miel. Unos escalofríos que simbolizan la inocencia de un niño arrastrada a la muerte.
Supongo que la vida es algo que nadie sabe su significado. Te propongo algo, ¿por qué no te unes a mi mundo y compartimos sentimientos? Bienvenido a mi Rincón De Los Sentimientos...
lunes, 16 de abril de 2012
miércoles, 4 de abril de 2012
Carta al tiempo
Querido tiempo:
Me dirijo a usted con mi más sincero respeto y mi más pura cortesía con el motivo de informarle que hay cosas en mi vida que me superan. Cada día me entristezco más y, sintiéndolo mucho, creo que parte de culpa la tiene usted. No le trato de acusar de nada, pero sí quiero decirle que estoy cansado de esperar. Hay refranes que dicen: "dale tiempo al tiempo" o "el tiempo lo cura todo", pero creo que el tiempo en esta ocación me ha defraudado. Tengo el placer o la desgracia, según como se mire, de que aquí hay un alma que se encuentra sola, ella quiere algo que solo usted le podría conceder, claro está es algo muy difícil y hasta efímero...
Señor, solo le pido o por lo menos que reflexione, acerca de este tema, me gustaría que esta pobre muchacha no sufra más, así que es preciso que usted "adelante el tiempo", no de forma periódica, me refiero a que elimine situaciones que en un futuro ocurran y adelante los momentos más dichosos para que esta joven sea lo más feliz posible.
Quisiera, yo y otros muchos más, que fuese usted algo más considerado con las personas, suponer una persona altruista y generosa no es motivo de tontería... Yo diría que constituye un motivo de sabiduría. Quizás yo no sea nadie para pedirle a usted todos estos favores, pero a mi ya me empieza a doler en especial cuando esta alma llora por las noches por el motivo que usted bien sabe... No hace más que preguntarse "¿por qué?", "¿por qué a mi?". Es un sin vivir y mi parte más irracional (aunque carezco de racional) se parte en mil trocitos como si un débil cristal cayéseme al firme suelo...
Tiempo, no le ruego que pare o elimine lo que tiene que suceder y que aún sucede, sino que le sea a esta pobre joven un poco más ameno y llevadero. Cierto es que si me responde me llamará de todos los calificativos sentimentales que existen, pero no olvide que soy su corazón, su parte más impulsiva e irracional, por ello muero al verla implorarle a usted así. Puede ser que usted me insulte por ser como soy y no le culparé porque a veces pienso, y pensamos, que soy demasiado emocional...
No le molesto más, tampoco quisiera robarle un minuto más de su valioso tiempo.
Un saludo de un fiel irracional:
El corazón.
Me dirijo a usted con mi más sincero respeto y mi más pura cortesía con el motivo de informarle que hay cosas en mi vida que me superan. Cada día me entristezco más y, sintiéndolo mucho, creo que parte de culpa la tiene usted. No le trato de acusar de nada, pero sí quiero decirle que estoy cansado de esperar. Hay refranes que dicen: "dale tiempo al tiempo" o "el tiempo lo cura todo", pero creo que el tiempo en esta ocación me ha defraudado. Tengo el placer o la desgracia, según como se mire, de que aquí hay un alma que se encuentra sola, ella quiere algo que solo usted le podría conceder, claro está es algo muy difícil y hasta efímero...
Señor, solo le pido o por lo menos que reflexione, acerca de este tema, me gustaría que esta pobre muchacha no sufra más, así que es preciso que usted "adelante el tiempo", no de forma periódica, me refiero a que elimine situaciones que en un futuro ocurran y adelante los momentos más dichosos para que esta joven sea lo más feliz posible.
Quisiera, yo y otros muchos más, que fuese usted algo más considerado con las personas, suponer una persona altruista y generosa no es motivo de tontería... Yo diría que constituye un motivo de sabiduría. Quizás yo no sea nadie para pedirle a usted todos estos favores, pero a mi ya me empieza a doler en especial cuando esta alma llora por las noches por el motivo que usted bien sabe... No hace más que preguntarse "¿por qué?", "¿por qué a mi?". Es un sin vivir y mi parte más irracional (aunque carezco de racional) se parte en mil trocitos como si un débil cristal cayéseme al firme suelo...
Tiempo, no le ruego que pare o elimine lo que tiene que suceder y que aún sucede, sino que le sea a esta pobre joven un poco más ameno y llevadero. Cierto es que si me responde me llamará de todos los calificativos sentimentales que existen, pero no olvide que soy su corazón, su parte más impulsiva e irracional, por ello muero al verla implorarle a usted así. Puede ser que usted me insulte por ser como soy y no le culparé porque a veces pienso, y pensamos, que soy demasiado emocional...
No le molesto más, tampoco quisiera robarle un minuto más de su valioso tiempo.
Un saludo de un fiel irracional:
El corazón.
lunes, 2 de abril de 2012
Silvia
El olor de aquel momento la despertó.
Un día más de aquel julio. Silvia se levanta de su lecho y con pasos muertos se dirige al espejo para cepillar su cabello. Es hermosa y ella lo sabía; su pelo se asimilaba al color del chocolate, puede que incluso un poco más oscuro, su tez era muy pálida con una nariz pequeña y unos ojos verde azulado, esos ojos que tanto le recordaban a la naturaleza. Por último, sus labios suponían lo que muchos deseaban probar sin embargo, por algún motivo nadie los había tocado jamás...
Se viste con su habitual vestido de seda blanca con transparencias por la zona de la espalda y un escote en forma de corazón.
Silbaba mientras caminaba por esos espesos y maravillosos bosques. Silvia amaba la soledad, aunque ella no lo llamaría soledad porque de vez en cuando escuchaba sonidos que se repetían hasta sumirse en el silencio.
Fue entonces, mientras olía una blanca margarita, cuando lo oyó. Sus ojos se abrieron de golpe y su respiración se aceleró. Y, como si sus pies fuesen liebres, comenzó a correr tras eso que ella vio, oyó y sintió.
Era el amor que tanto esperaba, ese que tan bello era; su cabello constituía el color de las montañas, con una nariz tan recta como el tronco de un árbol, su cuerpo era casi tan fuerte como una roca y sus ojos, oh esos dichosos ojos que parecían dos caramelos de miel...
Corre. ¡Corre más! Alcánzalo... ¡Ya casi lo puedes ver! ¡No te pares, no pierdas la esperanza!
"¡Pies, no me falléis ahora porque mi amado me está buscando! ¡Ojos, no hagáis que mi vista falle porque os necesito para poder verle! ¡Y nariz, sigue funcionando así porque su aroma es tan dulce como el rocío de las mañanas...!"
Su corazón, ese corazón que jamás había latido con tanta fuerza, ahora parecía un colibrí al batir sus alas...
¡Ya casi lo ve! ¡Vamos, queda poco! Y con la respiración agitada y con una sonrisa pintada en sus jóvenes labios se paró. Miró a su alrededor y nada halló, solo se veía el agua de esa paradisíaca playa y la puesta de Sol.
Supo que se había enamorado del reflejo de la puesta de sol en el mar.
Se sintió más sola que nunca, y se marchó. Esa noche lloró y probó el sabor de sus lágrimas por vez primera.
A la mañana siguiente realizó la misma rutina y, por la tarde, se encaminó hacia aquel lugar.
El sol estaba casi despidiéndose y ella, sin saber cómo, le sonrió.
Se despojó de su vestido de seda quedándose desnuda, mostraba un color tan blanco y apacible como el de la Luna.
Tocó el agua con sus pies, era cálida, su piel se erizaba con el contacto del agua. Soltó su hermosa cabellera que estaba sujeta por una coleta, la espesa melena calló hasta tapar sus pequeños pechos.
Sintió tal placer por el mar que casi lloró de felicidad y el Sol la acompañaba para que su calidez no se marchitara.
Entonces oyó de nuevo a su amado, pero nada vio. Y, como si de un acto reflejo se tratase, Silvia repitió esas palabras hasta que se disolviese aquel tranquilo sonido, cada vez más lento.
Desde aquella tarde, supo que su razón de existir era el eco de las personas. Gracias a ellas no estamos solos, porque ella ha de encontrarse en soledad para nosotros no estarlo.
Pero ella no está sola. Porque el Sol todos los días la acompañaba y el mar siempre la refrescaba, el atardecer suponía el único momento del día donde se sentía querida, y le encantaba.
Nunca pudo estar de veras con su amado... Pero el Sol siempre ocuparía ese lugar y, por las noches, ella estaba allí arriba con él.
La Luna era el reflejo de Silvia para que esta desprendiese destellos con el fin de enseñar al mundo la belleza de la noche...
De día sola, de noche... Con su amado en el cielo.
Un día más de aquel julio. Silvia se levanta de su lecho y con pasos muertos se dirige al espejo para cepillar su cabello. Es hermosa y ella lo sabía; su pelo se asimilaba al color del chocolate, puede que incluso un poco más oscuro, su tez era muy pálida con una nariz pequeña y unos ojos verde azulado, esos ojos que tanto le recordaban a la naturaleza. Por último, sus labios suponían lo que muchos deseaban probar sin embargo, por algún motivo nadie los había tocado jamás...
Se viste con su habitual vestido de seda blanca con transparencias por la zona de la espalda y un escote en forma de corazón.
Silbaba mientras caminaba por esos espesos y maravillosos bosques. Silvia amaba la soledad, aunque ella no lo llamaría soledad porque de vez en cuando escuchaba sonidos que se repetían hasta sumirse en el silencio.
Fue entonces, mientras olía una blanca margarita, cuando lo oyó. Sus ojos se abrieron de golpe y su respiración se aceleró. Y, como si sus pies fuesen liebres, comenzó a correr tras eso que ella vio, oyó y sintió.
Era el amor que tanto esperaba, ese que tan bello era; su cabello constituía el color de las montañas, con una nariz tan recta como el tronco de un árbol, su cuerpo era casi tan fuerte como una roca y sus ojos, oh esos dichosos ojos que parecían dos caramelos de miel...
Corre. ¡Corre más! Alcánzalo... ¡Ya casi lo puedes ver! ¡No te pares, no pierdas la esperanza!
"¡Pies, no me falléis ahora porque mi amado me está buscando! ¡Ojos, no hagáis que mi vista falle porque os necesito para poder verle! ¡Y nariz, sigue funcionando así porque su aroma es tan dulce como el rocío de las mañanas...!"
Su corazón, ese corazón que jamás había latido con tanta fuerza, ahora parecía un colibrí al batir sus alas...
¡Ya casi lo ve! ¡Vamos, queda poco! Y con la respiración agitada y con una sonrisa pintada en sus jóvenes labios se paró. Miró a su alrededor y nada halló, solo se veía el agua de esa paradisíaca playa y la puesta de Sol.
Supo que se había enamorado del reflejo de la puesta de sol en el mar.
Se sintió más sola que nunca, y se marchó. Esa noche lloró y probó el sabor de sus lágrimas por vez primera.
A la mañana siguiente realizó la misma rutina y, por la tarde, se encaminó hacia aquel lugar.
El sol estaba casi despidiéndose y ella, sin saber cómo, le sonrió.
Se despojó de su vestido de seda quedándose desnuda, mostraba un color tan blanco y apacible como el de la Luna.
Tocó el agua con sus pies, era cálida, su piel se erizaba con el contacto del agua. Soltó su hermosa cabellera que estaba sujeta por una coleta, la espesa melena calló hasta tapar sus pequeños pechos.
Sintió tal placer por el mar que casi lloró de felicidad y el Sol la acompañaba para que su calidez no se marchitara.
Entonces oyó de nuevo a su amado, pero nada vio. Y, como si de un acto reflejo se tratase, Silvia repitió esas palabras hasta que se disolviese aquel tranquilo sonido, cada vez más lento.
Desde aquella tarde, supo que su razón de existir era el eco de las personas. Gracias a ellas no estamos solos, porque ella ha de encontrarse en soledad para nosotros no estarlo.
Pero ella no está sola. Porque el Sol todos los días la acompañaba y el mar siempre la refrescaba, el atardecer suponía el único momento del día donde se sentía querida, y le encantaba.
Nunca pudo estar de veras con su amado... Pero el Sol siempre ocuparía ese lugar y, por las noches, ella estaba allí arriba con él.
La Luna era el reflejo de Silvia para que esta desprendiese destellos con el fin de enseñar al mundo la belleza de la noche...
De día sola, de noche... Con su amado en el cielo.
domingo, 1 de abril de 2012
Rojo carmín
De una forma u otra soy adicta a ti.
Hablar contigo cada vez se me hace más duro. Quererte en silencio duele, quiero que me tapes los ojos y yo, todo lo ingenua posible, adivine tu nombre, me de la vuelta y con una sonrisa me abraces tan fuerte como la intensidad con la que mis lágrimas caen en este instante.
¿La quieres? ¿Es cierto que la quieres? No sé, pero sea ella o sea otra no seré yo. No seré yo a quien toques, a quien abraces, a quien beses, a quien sonrías... No seré yo a quien ames.
Intento no pensar que es ella quien te da todo ese cariño que yo deseo, pero mis pensamientos alzan la imaginación como un pájaro al desplegar sus alas.
Y tú ciñes su cintura con tus fuertes brazos, besas su hombro hasta que tus labios caminan por su cuello, muerdes su barbilla y a ella se le eriza la piel. Ella coge tu cara entre sus pálidas manos y tú acercas tu frente a la suya ¿Juega contigo? No sé, pero a veces sueño con que así sea para ser yo quien luego te consuele. ¿Soy egoísta, cruel, celosa? Estoy segura de ello, pero si lo soy será porque te quiero, ¿no?
Me pinto los labios de un rojo carmín, me imagino besándote, dejando mi marca de labios en los tuyos, una marca que signifique que eres mío, pero una marca rosada cubre la mía por completo.
¿No se suponía que antes era yo el motivo de tu respirar? ¿Por qué entonces me has olvidado tan fácilmente?
El tiempo cura todo, es cierto. Es cierto porque yo lo estoy sintiendo, antes me dolía más, era un sin vivir, mi corazón no latía, mis pulmones no reaccionaban, mis manos temblaban, mis ojos regaban el campo de mis marchitas mejillas, mi cuerpo estaba inerte y frío... Y, por las noches, comenzaba la pesadilla. Recordaba lo que me decías, parecías tan sincero... Lo recordaba y volvía a sollozar.
Pero ahora, es como si todo fuese más sencillo. Ya no es una agonía, simplemente algo a lo que te tienes que acostumbrar.
La herida comienza a sanar, pero tú eres veneno, y si tu ponzosoña boca pronuncia las palabras exactas se volverá a abrir. Si esa herida se abre será doloroso pero sentiré el placer de una mentira o una verdad dulce, muy dulce.
He de admitir que por las mañanas al abrir los ojos miro al otro lado de mi cama deseando que seas tú lo primero que vea. Sin embargo, solo veo la claridad de la mañana.
Recuerda algo; cuando tú estés solo quizás yo ya no quiera ser quien esté a tu lado. Quizás sea demasiado tarde o quizás no.
Me miro al espejo, aún tengo el rojo carmín pintado en mis labios. Mi lengua saborea una lágrima que consiguió escapar de mis pestañas.
Con mi mano seco la lágrima y sin querer el rojo carmín se corre de mis labios a mi barbilla.
Ahora veo el sollozo de mi corazón reflejado en la palma de mi mano por un rojo carmín.
Hablar contigo cada vez se me hace más duro. Quererte en silencio duele, quiero que me tapes los ojos y yo, todo lo ingenua posible, adivine tu nombre, me de la vuelta y con una sonrisa me abraces tan fuerte como la intensidad con la que mis lágrimas caen en este instante.
¿La quieres? ¿Es cierto que la quieres? No sé, pero sea ella o sea otra no seré yo. No seré yo a quien toques, a quien abraces, a quien beses, a quien sonrías... No seré yo a quien ames.
Intento no pensar que es ella quien te da todo ese cariño que yo deseo, pero mis pensamientos alzan la imaginación como un pájaro al desplegar sus alas.
Y tú ciñes su cintura con tus fuertes brazos, besas su hombro hasta que tus labios caminan por su cuello, muerdes su barbilla y a ella se le eriza la piel. Ella coge tu cara entre sus pálidas manos y tú acercas tu frente a la suya ¿Juega contigo? No sé, pero a veces sueño con que así sea para ser yo quien luego te consuele. ¿Soy egoísta, cruel, celosa? Estoy segura de ello, pero si lo soy será porque te quiero, ¿no?
Me pinto los labios de un rojo carmín, me imagino besándote, dejando mi marca de labios en los tuyos, una marca que signifique que eres mío, pero una marca rosada cubre la mía por completo.
¿No se suponía que antes era yo el motivo de tu respirar? ¿Por qué entonces me has olvidado tan fácilmente?
El tiempo cura todo, es cierto. Es cierto porque yo lo estoy sintiendo, antes me dolía más, era un sin vivir, mi corazón no latía, mis pulmones no reaccionaban, mis manos temblaban, mis ojos regaban el campo de mis marchitas mejillas, mi cuerpo estaba inerte y frío... Y, por las noches, comenzaba la pesadilla. Recordaba lo que me decías, parecías tan sincero... Lo recordaba y volvía a sollozar.
Pero ahora, es como si todo fuese más sencillo. Ya no es una agonía, simplemente algo a lo que te tienes que acostumbrar.
La herida comienza a sanar, pero tú eres veneno, y si tu ponzosoña boca pronuncia las palabras exactas se volverá a abrir. Si esa herida se abre será doloroso pero sentiré el placer de una mentira o una verdad dulce, muy dulce.
He de admitir que por las mañanas al abrir los ojos miro al otro lado de mi cama deseando que seas tú lo primero que vea. Sin embargo, solo veo la claridad de la mañana.
Recuerda algo; cuando tú estés solo quizás yo ya no quiera ser quien esté a tu lado. Quizás sea demasiado tarde o quizás no.
Me miro al espejo, aún tengo el rojo carmín pintado en mis labios. Mi lengua saborea una lágrima que consiguió escapar de mis pestañas.
Con mi mano seco la lágrima y sin querer el rojo carmín se corre de mis labios a mi barbilla.
Ahora veo el sollozo de mi corazón reflejado en la palma de mi mano por un rojo carmín.
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